LA CASA DE LOS AZULEJOS COMO PUNTO DE ENCUENTRO Por Abraham Cababie Daniel

Cuántas veces no hemos quedado de vernos con alguien en el Centro Histórico de la Ciudad de México y el lugar obligado como referencia o punto de encuentro es la Casa de los Azulejos. Y es que resulta inevitable ver, justo al inicio de la calle peatonal Madero, las pequeñas piezas de azul con blanco que constituyen la fachada, sólo que dado al ajetreo de la gran cantidad de gente que transita por ahí día con día, pocas veces nos detenemos a pensar en las personas que han contemplado este edificio desde su construcción.
 
ABRAHAM CABABIE DANIEL. FOTO DE LA CASA DE LOS AZULEJOS.
Para empezar me gustaría decir que dicho emplazamiento es en realidad un palacio, no una casa, con todo y que cuando pensamos en tal concepto solemos imaginar grandes edificios con un sinfín de habitaciones, rodeados de bellísimos jardines y altas torres resguardando su interior. Por eso hay que imaginarlo en otros tiempos, sin las mesas que ahora están dispuestas para los comensales ni con los aparadores que venden diversos productos, y así captar y entender su esencia.

Su dueño original fue don Damián Martínez, un noble señor que decidió convertir dos casonas novohispanas en una sola pero que no pudo disfrutar por mucho tiempo de su adquisición ya que por problemas económicos tuvo que venderlas a un vecino suyo, don Diego Suárez de Peredo en 1596, quien al quedarse viudo decidió retirarse a Zacatecas y heredar en vida a su hija Graciana, que a la postre acabaría casándose con el Segundo Conde del Valle de Orizaba don Luis Vivero y es aquí cuando la historia del palacio se termina de gestar: uno de los hijos producto de esta unión, acostumbrado al despilfarro y a la juerga constante, al ser reprendido por su padre oyó decir a éste, palabras más, palabras menos: «Hijo, con la vida que llevas, tú nunca harás nada de tu vida ni mucho menos tendrás una casa de azulejos». Haya sido por amor propio, por orgullo, por demostrar su valía a su progenitores o por haber recapacitado sobre su vida, el futuro heredero empleó todos los medios disponibles para demostrar lo contrario y cuenta la leyenda que fue tal su empeño que incluso mandó a traer desde China al revestimiento que desde entonces cubre al complejo, aunque lo más probable es que haya sido producto de una alfarería de talavera de frailes dominicos radicados en Puebla.

Esta construcción ha tenido varios nombres, entre los que destacan «Palacio Azul», que fue con el que nació en el siglo XVI, para después tomar el título de «Palacio de los Condes del Valle de Orizaba». Y como lo mencioné anteriormente, fue en este punto donde le fueron colocadas las piezas de azulejo que aún conserva además de las molduras que la engalanan.

ABRAHAM CABABIE DANIEL. FOTO DE LA CASA DE LOS AZULEJOS.
Posteriormente, pasó de mano en mano y fue testigo de capítulos de la historia como, por ejemplo, la Independencia y la Revolución mexicana, al ver desfilar al ejército trigarante en su entrada triunfal a la Ciudad de México luego de vencer a los invasores españoles, además de haber albergado a los caudillos revolucionarios Francisco Villa y Emiliano Zapata quienes se negaron a pagar el chocolate y el pan dulce —símbolo de la burguesía porfiriana— que tanto ellos como sus tropas consumieron: una deuda que llena de orgullo a los actuales dueños del inmueble, el consorcio Sanborns.

Aunque con el pasar del tiempo no ha sufrido grandes cambios, pues afortunadamente sus muchos propietarios han decidido dejar intacta su estructura, sí tuvo adiciones artísticas. La más notable, el mural Omnisciencia del pintor José Clemente Orozco.
 
ABRAHAM CABABIE DANIEL. FOTO DE LA CASA DE LOS AZULEJOS.
Esta es una de las grandes joyas arquitectónicas adscritas al tipo barroco novohispano bajo la corriente llamada churrigueresca y luego de casi quinientos años, si bien no se ve «moderna», es totalmente funcional, igual que en la flor de su juventud.


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"La alegría simple de tomar una idea en tus propias manos y darle la forma apropiada es emocionante”, es una de frase de George Nelson que me fascina, porque es exactamente lo que ocurre en mi labor como desarrollador.

La arquitectura va más allá de una simple disciplina que además de diseñar, proyecta y construye alguna edificación, es todo un arte de visualizar un espacio vital, y digo vital porque es realmente necesario construir para nosotros un presente, pero más importante, un futuro para los nuestros.

Los grandes edificios y departamentos se construyen y se habitan. Las grandes plazas y centros comerciales se planean, se levantan y se disfrutan. Las obras arquitectónicas se aprecian, se discuten, pero nada de lo que planeamos y construimos se olvida.


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