Qué rara es la nostalgia. Nos encantan un lugar en particular y los recuerdos que nos traen pero no hacemos lo suficiente como para conservar en buen estado los emblemas arquitectónicos que poseemos para que otras personas puedan crear nuevos recuerdos sin tener que anhelar otros tiempos. Eso es lo que pienso del Palacio Chino. Uno de los edificios más significativos porque parecía que con él, en conjunto con otros edificios, se daba la bienvenida a un progreso tangible, visible. Algo que decía que nuestro país entraba en otro tiempo más moderno.
Primero, ese predio, fue un frontón, luego la Arena Nacional y posteriormente nuestro protagonista: el Palacio Chino. Los encargados de levantar dicho proyecto fueron Luis de la Mora y Alfredo Olagaray. Claro que hay que aclarar que eran otros tiempos, entonces se tenía contemplada la construcción de una sola sala en la que se proyectara una película a la vez. Además eran más grandes, la sala tenía capacidad para cuatro mil asistentes.
¿Te imaginas? Este fue uno de los primeros lugares donde la cultura se enaltecía a su grado máximo. Aquí se vieron películas como Mujeres que estudian o La feria de las flores, en la que participó Pedro Infante que entonces era una estrella en ascenso. Justo como el cine.
Este recinto vio tiempos mejores. Antes brillaban sus ornamentos y decoraciones con temática asiática, se trataba no sólo de ir a ver una película, salir y ya. Estar en ese edificio debía de ser una experiencia en sí misma.
Hoy está cerrado, aunque se está pugnando porque no se tire uno de los protagonistas de la ciudad, que la modernidad no se la trague. Aunque hay que pensar que, por muy lamentable que sea, no todos los edificios tienden a envejecer con dignidad. Por ello hay que ir y echar un vistazo, que quizá sea la última vez.
Abraham Cababie Daniel.